…en la Biblioteca de Navarra
«Tras la charla del otro día una cosa me quedó clara: merecen mucho la pena los clubs de lectura. Me encantaría formar parte de alguno. Como comentó una compañera, un libro compartido se disfruta el doble. No sólo lo lees y te creas una idea según tus vivencias, tu cultura, tus experiencias, tu momento vital,… al exponerla y escuchar otros puntos de vista la gama se hace mucho mayor. Si lo piensas un poco más, quizá incluso decidas cambiar de idea, porque todo cobra más sentido y esa suma completa el cuadro.
Y eso me pasó a mí el martes, en una sala con un ruido muy molesto, que una hora después descubrimos que simplemente se solucionaba abriendo un poco la puerta, charlamos, expusimos ideas, dimos opiniones, intercambiamos conceptos, incluso vivencias todas provocadas por el texto escrito por Juan Tallón en su novela «Rewind». Y casi cuando llegamos a las dos horas de charla, decidí incorporar una nueva idea a mi guión teatral, supuestamente ya cerrado y llevado a “imprenta”.
Es difícil para un artista darse cuenta de que lo que has escrito no es perfecto, sabemos a ciencia cierta que nada es perfecto, pero nos cuesta que alguien nos lo diga. Intentamos defender nuestro trabajo porque es lo que queríamos hacer, si no, lo hubiéramos hecho de otro modo… Después del esfuerzo de pensar, desechar, decidir, elegir, crear y demás vicisitudes, el libreto está cerrado cuando se cierra y no hay marcha atrás, parecería un fracaso. Es parecido a la estúpida justificación: “Yo soy así y no voy a cambiar porque tú me lo digas”. Pero… ciertamente… si hay que cambiar, se cambia. Y un pequeño cambio realicé en mi texto después de nuestra charla. Cuando todos opinan lo mismo y en el fondo sabes que tienen razón, hay que aceptarlo y mejorar.
Porque los clubs de lectura sirven para escuchar, para aprender y para crecer. La escritura sea teatral, novelística, ensayística o en verso nos permite crecer, no sólo leyendo, si no también, escuchando.
Si venís a ver las obras y os interesa, os contaré cuál fue el añadido que los compañeros del club de lectura de la Biblioteca General sumaron a Ocho minutos y treinta y tres segundos y por qué, con ese cambio, todo cobra más sentido.»
Laura Laiglesia